Yo sé que al tipo que fumaba como un carretero le parecí rara desde el principio, principalmente por criticar los colores de su corbata y llevar más escote lo que resultaba estrictamente decente para asistir a aquel tipo de evento serio, y por no dejar de hablar de mí cuando lo correcto hubiese sido, como mucho, citar a Chomsky con aire misterioso y no volver a abrir la boca durante el resto de la velada. En fin. No debí aceptar la invitación, y más tratándose de ti. Nada de líos con profesores de la facultad. Sólo es una cena, argumentaste, quizá te lo pases bien. Pero ese sitio repleto de conferenciantes estúpidamente pretenciosos me daba ganas de emborracharme a conciencia y hablar más de lo permitido. Seguro que tú disfrutaste con aquella reunión de universitarios viejos. Seguro que yo disfruté bastante más que tú. Al día siguente por fin brillaba el sol tras una semana de melancolía, y salí descalza, para notar la hierba bajo los pies. Y nada más.
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Mira que se lo dije, nada de extravagancias de las tuyas o me harás quedar como un idiota delante de los compañeros del Departamento, y lo que es peor, perderé parte de mi reputación de hombre suficiente y altanero. Te llevo, pero pórtate bien. Parece que tendré que seguir ensayando el tono paternal. Cuando llegamos a la cena, tras el Congreso de Lingüística, se puso a hablar alto y llamó la atención sin remedio, ella nunca fue discreta y elegante. Es una especie de huracán de desequilibrio y descontrol, siempre atraída por los excesos y los límites imposibles y el abismo y la vulgaridad y las palabras obscenas. Yo aspiraba publicar un estudio sobre la obra de **** que me había costado un año y pico redactar, y ella lo iba a echar todo a perder. Pensé que debería haber venir sin acompañante, mejor solo que con una estudiante de tercero, guapa, eso sí, pero con poco o ningún sentido de la educación y la decencia. En fin. Yo le hacía poco caso, mostraba una actitud distante, silenciosa y sabia, que me permitía codearme con los críticos más distinguidos de la fiesta. Cuando ya había bebido más de la cuenta y temía tener que llevarla a casa a rastras, incluso tener que acostarla yo mismo, cayó del cielo un alma caritativa que accedió a acompañarla al baño para se despejara un poco y dejara de soltar barbaridades en público, dejándome en evidencia ante tanta gente. A partir de ahí me olvidé de ella, desapareció por completo y caí en la cuenta al final de la noche, cuando los camareros recogían los platos sucios, los ilustres catedráticos volvían a sus hoteles y yo volvía a mi apartamento. Solo. Me asaltó la preocupación, pero enseguida pensé que una chica como ella sabría arreglárselas, aunque tuviera una facilidad innata para meterse en líos. Tardé muy poco en dormirme.
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Estaba fuera, fumándome el decimosexto cigarrillo del día, cuando apareció aquella chica vestida de negro, extraña y a su manera, atractiva. Muy joven, casi una cría. Peor, una niñata. Pero me gustaba mucho. Le seguía un tipo serio y aburrido. No volví a reparar en su presencia hasta un par de horas más tarde, cuando la vi caminar (acompañada de una de mis colegas de la Universidad de *********, Mº José Izquierdo, que siempre se presta a este tipo de acciones altruistas y desinteresadas) cabizbaja pero sonriendo, hacia el baño de señoras, al fondo del reservado, supongo que para intentar calmarse echándose agua fría en la cara. Hasta entonces, la velada había sido tremendamente insulsa: comida mala, camareros torpes, ni una sola conversación divertida. Me pasé la tarde de conferencias dormitando en la silla, procurando que no se notara demasiado mi absoluta falta de interés por la lingüística computacional y sus aplicaciones prácticas. Lugares comunes repetidos incansablemente. En fin.Pero vi a la chica de negro y salté sobre aquella oportunidad como una fiera sobre su presa. Le conté a mi compañera no sé bien qué historia, explicándole que la chica y yo nos conocíamos, quizá que era la sobrina de algún amigo, o mi protegida, vete a saber qué le diría. En cualquier caso, lo importante es que se lo tragó y la chica no protestó lo más mínimo, asintiendo con la cabeza, musitando incluso: "Menos mal que has venido... Por cierto, llevas una corbata que es para matarte" pero creo que esto último resultó incomprensible para Mº José. Me dejó con esa preciosidad colgada del cuello y se marchó a su sitio, donde ya iban llegando los postres. Joder, me dije, ¿y ahora qué? Pero no tuve tiempo de pensar demasiado porque la chica me agarró fuerte de la mano, y exclamó, con un tono decidido, que se aburría mortalmente y que era mejor marcharse de allí cuanto antes. Me preguntó si había venido en coche, a lo que contesté afirmativamente. Yo te guío, me dijo, traviesa y excitada. Follamos en una cama estrecha, en una habitación llena de peluches de niña. Se desnudó con un ansia que no había visto nunca antes. Al acabar se acomodó en mi pecho y suspiró hondo. Reinaba un extraño silencio en la casa. Al día siguiente abrí los ojos y la sorpendí observándome. Me comentó algo de salir al jardín sin zapatos, que hoy hacía sol y daban ganas de todo. Yo le besé la frente, me vestí rápido y me marché sin girarme una sola vez.
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