martes, 27 de marzo de 2007

Misterios.

¿Por qué el azul apenas es comestible?

martes, 20 de marzo de 2007

Mándame al infierno.

Imagínenme. Sí, imagínenme más o menos como siempre, con el pelo recogido y un vestido negro, cualquier noche de madrugada en un calle gris, pero con cara de notable enfado, con el ceño fruncido, enfurruñada pero como de mentira, como la niña que amenaza con una escandalosa rabieta en público. Imagínenme, algo molesta, quizá, por el éxito que tuvo entre el empalagoso género femenino del lugar la aparición de mi último hallazgo. Rioplatense, esta vez.

Andaba demasiado ocupada como para darme cuenta del frío. Odié intensamente a las parejas que se besaban en las vallas publicitarias. El adorable sorete en cuestión caminaba tres pasos por delante, impaciente, con los hombros encogidos y el humo de un cigarrillo moribundo escapando entre sus dedos.
- Va, vení, si seguís a ese paso no llegaremos nunca. Tenés que apurarte, que se hace tarde.
- Hazte mirar lo del acento, llevas aquí más de dos años y todavía no se te ha curado.
Gira la cabeza, por fin.
- Claro, ya sé, la nenita se nos puso de mal humor...
- No, pero me repatea que sólo con proclamar que eres argentino, soltar dos "boludo" y tres "pelotudo" todas las féminas caigan rendidas a tus pies.
- Tenés razón, no hago justicia a todos mis atributos.
- ...
- Náh, nada de escenitas, ¿eh? Y quitate ese aire irritado y dolido, que te quiero demasiado como para mandarte al quinto carajo.
Intenta agarrarme de la cintura. Me separo un par de metros. Finjo jugar poniendo un pie tras otro en el bordillo de la acera. El problema (el mío, al menos) es que elijo hombres que nunca se dan por vencidos. Se acerca despacio y me susurra
- Linda.
y ahí ya se va todo al traste. Cualquier estrategia se revela inservible. Otro piropo, por sugerente o sofisticado que resultara, me hubiera dado igual. Pero así no. Volví a escucharle
- Linda.
y fue suficiente para hacerme sonreír y olvidarme del resto. Con los pies justo en la raya del enlosado, tuve que cerrar los ojos y aceptar su boca y su abrazo, tuve que colarme en su abrigo abierto y hacerle notar mi aliento en el cuello y mis dedos entrelazados en sus bolsillos y mis párpados sujetos por su voz cálida, esa voz que a mí me mata. Repitió
- Linda.
y bastó para que aceptara seguirle donde fuera.
Él, dadas las circunstancias y la temperatura exterior, consideró oportuno que nos refugiáramos en su cama.