martes, 21 de noviembre de 2006

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El día había empezado mal, muy mal. Se quemó con el café, hecho que ya auguraba, de buena mañana, las terribles circunstancias que le acompañarían el resto de la jornada laboral. Aún le escocían la lengua y el paladar. Tardó veintitrés minutos en encontrar las llaves de casa, antes de recordar que las había dejado en el bolsillo trasero del pantalón del día anterior. Ese mismo pantalón sucio que, inexplicablemente, estaba tirado en la bañera. Gruñía, mascullaba, profería insultos muy poco creativos a la madre de su jefe. "Como siga así terminaré neurótico perdido, mi psiquiatra podrá forrarse la consulta con billetes de quinientos... Sí, buenos días, sólo venía a por unas recetas de Xanax...Catorce, para ser precisos". Daba vueltas sin sentido, recorriendo el pasillo una y otra vez, abriendo cajones en la cocina, rebuscando entre papeles un documento que se le antojaba indispensable. Dame un respiro, musitó, mirando hacia arriba. Nunca supe del todo bien a qué tipo de divinidad se dirigía. Comprobó su cuenta de correo electrónico antes de salir. Entre mensajes de compañeros de trabajo, cartas de la oficina y publicidad igual de indeseable, un e-mail le llamó particularmente la atención. Se detuvo a leerlo.

From: *************@hotmail.com
To: **********@msn.com

Ella, por fin. Había rechazado un encuentro que podía haber sido crucial algunas semanas atrás y, aunque no quería reconocerlo, esperaba ansioso nuevas noticias, la posibilidad de... Bah, ya sabes.

Subject: Ocurre que tengo...
una especie de don para estar ocupada en los momentos decisivos. Y el don de ser asombrosamente inoportuna el resto del tiempo. Contigo se conjugan mis dos "virtudes" y nunca consigo lo que quiero. Ojalá hubiera podido verte esa noche, estaba dispuesta a llenar mi casa de gritos y ropa tirada por el suelo. Pero el destino se las apaña para torcerme los planes, siempre. Asi que he tenido que conformarme con asesinos de cuerpos y trenes descarrilados y otros delirios estúpidos que me asaltan cuando te pienso y estás lejos. Fóllame duro y yo gemiré como cuando tenía quince años. Respiraré fuerte, jadeando con las piernas muy muy abiertas, como cuando un tipo parecido a ti (pero con menos escrúpulos, dispuesto a violarme la inocencia... joder, cómo me gustaba) me inició al sexo y yo todavía era incapaz de controlar la vibración del orgasmo en mi entrepierna. Bien pensado, eso todavía me ocurre: el placer acechándome siempre, escondido detrás de cualquier esquina... La realidad del asunto es que creo que ya sé por dónde empezar contigo y dejarme, al fin, de tantos esfuerzos inútiles y poco eficaces. Dame sólo unas horas y te lo enseño todo. Avísame y nos vemos cuando quieras.

Bien. Así me gusta, pensó. Empiezas a ser una chica razonable. Parecía que, por fin, el día tomaba un rumbo distinto. Todo se arreglaba.
Una poderosa erección se hacía evidente bajo su pantalón vaquero. La hinchazón era considerable, casi dolorosa. Aquello prometía. Hizo un par de llamadas telefónicas. Recogió sus cosas y salió a la calle.
Esa noche iba a ser memorable. Vaya que sí.

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