domingo, 24 de diciembre de 2006

Un intento de acallar el ruido de mi cráneo.

Algo va mal. Tengo un retraso de siete días y un par de neuronas que no dan para más y un montón de apuntes que pasar a limpio. Creo haber encontrado al amor de mi vida al menos tres veces por semana, llevo un horario distinto al del resto de la humanidad, consigo sobrevivir a base de deseo y literatura, me alimento exclusivamente de naranjas y las pelo con las manos. Creo que necesito terapia con urgencia pero ni siquiera puedo pagarme un billete de autobús. Mi profesor de solfeo insiste en que pase a verle alguna tarde en horario de tutorías, y debo decir que yo ya me temía algo parecido cuando me acarició la pierna bajo el vestido azul aquel día en que fui a resolver dudas a su despacho. Me mira el escote con sospechosa insistencia y no se molesta en tratar de disimular. Mis compañeras de piso me recuerdan que un tío tan descarado y explícito debería ponerme mucho, pero lo cierto es que preferiría acabar mi vida como una de esas locas que les da de comer a las palomas antes que chupársela a alguien así. Me entran ganas de vomitar cuando pienso en sus zapatos de cordones y en su mujer planchándole el cuello de la camisa. Todo lo que escribo carece de interés y debe ser delito avisar en la última línea. Algo va mal, seguro.

2 comentarios:

Chico Clasico dijo...

Lo unico que va mal es la creencia de que tus escritos carecen de interés. No dejaré que digas eso hasta que dejen de estremecerme cada vez que los leo.

Anónimo dijo...

En términos generales, no conviene fiar de la castidad de ningún músico. El exceso contemplativo de la clave de sol, las fabulosas repeticiones de Bach, una y otra vez, el Amorous de Bird, trastornan, alteran sus hormonas. Es imposible escuchar a Dizzie sin querer arrancar cualquier vestido, sobre todo azul, es imposible.