miércoles, 13 de diciembre de 2006

Materia punzante.

No quisiera ponerme trascendental, pero estos días he estado ordenando mi biblioteca, y se me ocurre que, al final, un libro no es tanto el lugar que ocupa en la estantería como el "poso" o la huella indeleble que deja en el lector. Lo realmente importante es su poder de evocación con el transcurso de los años. Hay libros que marcaron algunos de momentos esenciales de mi ínfima existencia y que, sin embargo, me provocan recuerdos muy vagos y confusos. De otros guardo ciertas escenas en la memoria, y no los releo por temor a no volver a sentir la ingenua satisfacción con la que descubrí el texto por primera vez. Atesoro instantes de mi particular evolución como lectora igual que otros tienen cartas de sus amantes enterradas en un cajón, y las sacan de vez en cuando para comprobar que siguen intactas. _______________________________________________________

Soy una persona compulsiva y con tendencia a caer en vicios legales. Soy una lectora voraz y empedernida, cabezota y neurótica. Tengo una fijación obsesiva, una adicción no diagnosticada, pero lo cierto es que recuerdo muy poco de muchos libros.Recuerdo tener catorce años y debatirme existencialmente entre amar a Fabrizio del Dongo o a Julien Sorel. Recuerdo al Principito y a su rosa, al zorro, al tipo que contaba las estrellas y al borracho que bebía para olvidar que bebía y etc ad infinitum... Recuerdo a Ignatius Reilly y su válvula pilórica, recuerdo leer a Burroughs tumbada en el balcón y aferrarme a sus alucinaciones como un náufrago a su trozo de madera. El lobo estepario es un vacío, un blanco atroz. Rayuela no es nada, todavía, porque nunca conseguí acabarlo, ni del derecho ni del revés. Recuerdo leer a escondidas los libros de tapa rosa* de la estantería más alta, cuando Papá no estaba en casa. Historia de O son sólo azotes y latigazos en los muslos desnudos, resonando en las paredes de mi cráneo. Casi todo Borges y Kafka son laberintos.Ciudad de cristal es un hombre que recorre las calles de Nueva York formando dibujos y recogiendo cosas del suelo, y otro hombre que sobrevive sin apenas dormir durante meses, vigilando no recuerdo qué. Del Ulises recuerdo a Leopold Bloom sentado en la taza del wáter, reflexionando. De 2666 recuerdo imaginar a Archimboldi como alguien desmesuradmente grande, casi un gigante, y parecido a mi abuelo paterno (al que, dicho sea de paso, jamás conocí).
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Otros libros conseguirán evocarme siempre el contexto en que los leí, mi ficción vivida y mi realidad leída se unen de manera indisociable. Camus será por siempre la libertad de los recreos (aunque se extendiese la peste en Orán) y Racine las lecturas impuestas del colegio. Miller son noches a solas intentando acallar toda la furia contenida entre mis dedos. Mallarmé, Kerouac y Carpentier** son cafés con leche a media tarde, sentada en las escaleras de la facultad. Leía a Mishima en lluviosas tardes de otoño, y a Lem durante las largas siestas de verano. Crimen y castigo será el libro que dejé olvidado en un asiento del metro y volví a encontrar tres meses después en un banco del parque. Leyendo a Baricco recordaré siempre una terraza llena de luz.
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A veces me imagino que alguien puede leer en mí como en un libro abierto, descifrándome toda. Pero luego pienso que soy una ingenua, y que los lectores*** somos esclavos: cada palabra una celda.
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* Sí, ésos de la sonrisa...
**A mí es que me gusta mezclar autores siguiendo unos criterios de selección algo peculiares...
*** Entiéndanme, me refiero a los que leen de verdad, a los que se sumergen en un texto y acaban empapados y sin aliento. Nada que ver con la gente que lleva un best-seller bajo el brazo.

La foto, de nuevo, se la he pedido prestada a Bruno. ¿Quieres ver más?

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