Cómo iba a saber yo que esperaba a alguien, que escondía un secreto, si todo lo que veía era oscuridad.
Claro, siempre camino a pasos apresurados, siempre mirando al frente y despistado, pero es que jamás hubiera imaginado que mientras le sonreía, ella acariciaba a otro.
Le pienso tanto que se me gasta su imagen, se me borra su recuerdo.
Siempre se me escapan los detalles más elementales, y ahora siguen sin cuadrarme su actitud altiva, sus repetidos rechazos, sus caprichos sofisticados.
Qué iba a saber yo, si nunca me doy cuenta de nada y se me olvida lo esencial.
Cómo podría haber adivinado, con tanta alcoba oscura de por medio, que a mí me confundió con otro.
Con otro mejor, sin duda, con otro más alto y más guapo, más fuerte y hábil.
No había más que verle la carita de decepción, cuando llegó la luz y se filtró entre sus dientes una mueca que me quedó atravesada en el orgullo.
Y yo, claro, me esforcé por limpiarle la carita triste, por lamerle las llagas abiertas de la decepción. Sin nigún éxito, por cierto.
En mis brazos, que eran de otro, resultó ser una amante cálida y ejemplar.
Le dedicó los abrazos más certeros, los gestos más profanos, todas las palabras sagradas y todos los enigmas de su espalda.
Con él era capaz de tantos roces sabios, tanto amor contenido y tanta inventiva desbordada que no pude sino abandonarme sin rumbo en el cielo de su boca.
Supe entonces que estaba disfrutando de un regalo robado, y se me llenó la lengua del sabor amargo de la traición, del áspero placer ajeno, de la vergüenza del intruso al que pillan revelando un secreto.
Sufrir un desamor es como morir de frío.
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1 comentario:
El mismo, y tres.
Estoy deslumbrado.
Espero que no venga ningún coche.
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