En estos días de verano recién nacido, muerda bolis bic.
Salte olas en la playa.
Invoque viejas y olvidadas costumbres, y siga asombrándose ante el misterio que encierra el paso del tiempo. Guarde el temor de la noche más larga, el instante imperecedero que sacudió sus cimientos, el golpeo de la vida junto a su pecho, el latido quebradizo de un sentimiento más certero que el amor.
No es muy difícil, si se concentra.
Sorpréndase derretido sobre un cuerpo ajeno, con la sonrisa desbordada a cada segundo, con la palabra intensidad dibujada en la espalda.
Recuerde la velada plenitud que escondían unas manos conocidas, y el fantasma de la noche abrazándose a las parejas que se besan sin parar, intentando deshacerse de las cadenas que le atan a las palpitantes estrellas de plata.
Imagínese como un río hermoso y desbocado hacia algún océano interior. (Es el típico consejo que dan los libros de autoayuda baratos que jamás compro.)
En cualquier caso, trate de cerrar los ojos. Descubrirá que hay luz bajo sus párpados.
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