Juego. Me invento todos los destinos posibles. Soy, una tras otra, enferma terminal desdichada, rehén cruelmente torturada, huérfana abandonada al nacer. En un registro menos trágico, también imagino mi ruptura, todas mis rupturas (las que ya han cicatrizado y las que vendrán después). Las construyo como un largometraje: dibujo cada escena, retoco las localizaciones, me miro mucho. Es una película aburrida: planos largos y estáticos, cámara en mano, muy cerca, captando detalles de mi cara, mi cuerpo a menos de veinte centímetros. Un ojo indiscreto observando el proceso, sin compartir el dolor o el alivio. Es una imagen rara, así como verdosa, casi de Polaroid. Mi piel parece aún más clara, me gusta esa palidez. Debe de haber algún tipo de filtro pero no sé cuál. Hablo poco, siempre se escucha el silencio.
(... Ella llorando desconsolada. Ahoga los sollozos y se tapa los ojos con las manos. La televisión encendida, sin sonido. Ella secándose las lágrimas con la manga del jersey. Ella dormitando en el sofá, por fin, con los párpados hinchados. Respira por la boca, muy hondo, muy despacio. Ella mordiéndose los labios, abrazada a un cojín. Ella en la calle sin abrigo, ruido de botines sobre el asfalto, mirada intermitente. El tráfico, los semáforos en rojo. Peatones refugiándose en su anonimato. Incesantes vagabundeos por la ciudad inhóspita. Ella observando la ventana en la que... Ella sentada en el banco en el que... Ella releyendo cartas de amor...)
Por suerte para mí, no concibo la desgracia como forma de vida aceptable a largo plazo.
Por suerte para el resto de la humanidad, no tengo vocación de mártir. Ni de cineasta.
2 comentarios:
Diga usted que sí, que la desgracia está muy mal pagada.
Tardes de handicapées, rompiendo retrovisores y devorando Tagada.
=)
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