miércoles, 1 de agosto de 2007

El amor a la intemperie.

No te creas, no siempre fue así, al principio las cosas iban bien y bromeábamos sobre envejecer juntos cogidos de la mano, y hubo un momento, un ínfimo suspiro, en el que yo llegué a creérmelo, pensé que había conseguido calmar sus ansias de destrucción, que la había hecho un poquito mía. Pero no se adiestra nunca a mujeres así, no se dejan. Primero bajan la cabeza y se dejan acariciar, ronronean, y en cuanto se cansan del juego desaparecen y no vuelves a verlas hasta muchos años después. Antes de la explosión estaba hermosa, un mar en calma, conseguía ocuparse de sí misma sin mucho esfuerzo, pero ahora que lo pienso con más tiempo me estaba mandando un montón de señales de socorro, mensajes de humo que yo no supe ver. Cuando se marchó rebusqué entre su ropa en busca de alguna pista, una explicación, cualquier cosa que me consolara, y sólo encontré papeles con garabatos y poemas largos y dibujos hechos con carboncillo.
Seis semanas después me mandó una carta explicando que se mudaba a Barcelona por no sé bien qué asunto y yo, pobre ingenuo, le contesté con verdades absolutas escritas en presente, como si todavía viviera conmigo, le dije “Me siento violento y feroz cuando te miro y sonríes. Quisiera arrancarte la risa a bocados, disfrazarme de vampiro, pedirte que te sientes en otra mesa para abordarte como aquel primer día, convencerte de que me sigas al baño, a cualquier parte, admitirte de entrada que no se me da bien esto de hacer feliz a una mujer hambrienta. Me pongo a temblar de puro miedo cuando te observo dormir con tu sueño agitado e inquieto. Sabría reconocerte con los ojos cerrados. Me aterra la idea de que te marches y no vuelvas” pero ya sabía que era inútil suplicarle, que no volvería conmigo.
Recibí una llamada, al fin, una larga noche de invierno: me levanté de golpe, sobresaltado, y descubrí que su voz todavía tenía el don de apaciguarme los dolores del alma.
- Estoy bien, te llamo de una cabina. No creo que pueda aguantar mucho, apenas tengo monedas...
- Dime, ¿dónde estás? Dímelo mi amor, en seguida voy a buscarte.
Era desastroso. Yo estaba enamorado como un loco y ella insistía en que no necesitaba que nadie fuera a buscarla, sólo quería darme su nueva dirección y desearme suerte. Su voz sonaba rara en la espesa oscuridad de una ciudad muy alejada de la mía.
- He cambiado de apartamento. Tuve que venirme a la costa, quería ver el mar, sólo por comprobar si era capaz de aguantarle la mirada. Quédate algún día que estés de paso, la playa es mucho mejor disfrutarla cuando hace frío y está desierta.
Y, sin embargo, me dio la impresión de que se estaba despidiendo de mí para siempre. Luego colgó y yo me quedé escuchando el pitido del teléfono hasta que me dormí.

8 comentarios:

Anónimo dijo...

Una despedida evidente y sin palabras que alejó su fuerza de mi vida.

Seguro que esa mujer llevaba tacones rojos.

:****!

Anónimo dijo...

Geniales estas dos últimas entradas.

Lalo dijo...

No hay peor despedida que la que nunca ocurre, sino que simplemente sucedió y cuando nos hemos dado cuenta que se acabó es demasiado tarde para planear lo que diremos al verle partir. :'( snif snif.

Verdaderamente excelsas las últimas entradas. coincido con pistas.

Mars Attacks dijo...

¿Te has picado? :)

Ana Salta dijo...

echaba de menos leerte...

Anónimo dijo...

y seguir echándole de menos cada día, cada noche.
y desear que esa despedida no hubiera terminado nunca, porque una despedida eterna es mejor que cualquier adios brusco.


:***

M. A. G. A. (nada que ver con rayuela, son las siglas de mi nombre,,,) dijo...

Ella ya no escribe nada porque está viviendo. Ella tiene que tener cuidado para no ser engullida por la vida.

Cuidate, fermosa

Anónimo dijo...

Me encanta, y lo sabes.