sábado, 24 de junio de 2006
Consejos para no aburrirse en vacaciones.
Salte olas en la playa.
Invoque viejas y olvidadas costumbres, y siga asombrándose ante el misterio que encierra el paso del tiempo. Guarde el temor de la noche más larga, el instante imperecedero que sacudió sus cimientos, el golpeo de la vida junto a su pecho, el latido quebradizo de un sentimiento más certero que el amor.
No es muy difícil, si se concentra.
Sorpréndase derretido sobre un cuerpo ajeno, con la sonrisa desbordada a cada segundo, con la palabra intensidad dibujada en la espalda.
Recuerde la velada plenitud que escondían unas manos conocidas, y el fantasma de la noche abrazándose a las parejas que se besan sin parar, intentando deshacerse de las cadenas que le atan a las palpitantes estrellas de plata.
Imagínese como un río hermoso y desbocado hacia algún océano interior. (Es el típico consejo que dan los libros de autoayuda baratos que jamás compro.)
En cualquier caso, trate de cerrar los ojos. Descubrirá que hay luz bajo sus párpados.
domingo, 11 de junio de 2006
Más regalos.
Muero de ti, amor, de amor de ti,
de urgencia mía de mi piel de ti,
de mi alma de ti y de mi boca
y del insoportable que yo soy sin ti.
Muero de ti y de mí, muero de ambos,
de nosostros, de ese,
desgarrado, partido,
me muero, te muero, lo morimos.
Morimos en mi cuarto en que estoy solo,
en mi cama en que faltas,
en la calle donde mi brazo va vacío,
en el cine y los parques, los tranvías,
los lugares donde mi hombro acostumbra tu cabeza
y mi mano tu mano
y todo yo te sé como yo mismo.
Morimos en el sitio que le he prestado al aire
para que estés fuera de mí,
y en el lugar en que el aire se acaba
cuando te echo mi piel encima
y nos conocemos en nosotros,
separados del mundo,
dichosa, penetrada, y cierto, interminable.
Morimos, lo sabemos, lo ignoran, nos morimos,
entre los dos, ahora, separados,
del uno al otro, diariamente,
cayéndonos en múltiples estatuas,
en gestos que no vemos,
en nuestras manos que nos necesitan.
Nos morimos, amor, muero en tu vientre
que no muerdo ni beso
en tus muslos dulcísimos y vivos,
en tu carne sin fin, muero de máscaras,
de triángulos obscuros e incesantes.
Muero de mi cuerpo y de tu cuerpo,
de nuestra muerte, amor, muero, morimos.
En el pozo de amor a todas horas,
inconsolable, a gritos,
dentro de mí, quiero decir,
te llamo, te llaman los que nacen,
los que vienen de atrás, de ti, los que a ti llegan.
Nos morimos, amor, y nada hacemos
sino morirnos más, hora tras hora,
y escribirnos y hablarnos y morirnos."
Aunque no quiera reconocerlo, soy, sin duda, la niña más mimada de la creación...
jueves, 8 de junio de 2006
Mierdra.
Hoy quería escribir, escribir mucho, páginas y páginas de sensaciones sin remedio, contar que tengo una herida que no se me cura y etcétera, pero no. Hoy no escribo, porque quería decir algo sin utilizar mis palbras predilectas, o al menos aquellas que salen siempre aunque no las llame, y no he podido. Sólo he conseguido hacer una lista de las palabras que repito con cierta frecuencia (insistencia?) y de manera casi involuntaria. A saber:
- amor (claro que sí, ésta no podía faltar, y eso que ni siquiera sé lo que significa) - labios, boca y derivados (no sé por qué, pero es inevitable, siempre se me cuela alguna) - cuerpo, piel, besos, caricias (éste es el kit ñoño y cursi del que no logro desprenderme por más que lo intento)
- luz, oscuridad (dicotomía indispensable en cualquiera de mis absurdas creaciones literarias)
- los puntos suspensivos (sí, ya sé, no es una palabra... Bueno, yo tampoco lo entiendo, debo ser adicta a ese bonito e inútil signo de puntuación...)
Así que ya está. No he conseguido escribir nada decente. Otra vez será.
Vosotros no os preocupéis. Haced como yo. Escribid menos y hablad más. Leed mucho, id a la playa. Mudaos de casa.
Al fin y al cabo, la vida ya es literatura. Y de la buena.
A veces incluso te regala amor, luz y besos en la boca...
miércoles, 7 de junio de 2006
domingo, 4 de junio de 2006
Basado en hechos reales
Éramos jóvenes y locos, y una noche en La Latina me preguntaste si era extranjera, húngara o así, porque tenía cara de húngara, dijiste, a saber de dónde te sacaste eso! Quizá alguien te dijera que era una buen método para ligar, el caso es que casi funciona y no tuve más remedio que echarme a reír. Húngara yo, cómo se te ocurre!
Y reímos los dos y unas copas más tarde nos bañábamos en la fuente de una placita desierta, como si aquello fuera la Cibeles, y nos abrazamos mojados y felices, y luego dormí en tu casa, en una cama estrechísima, y cuando amanecimos delante de un café con leche nos juramos amor eterno...
Luego volvimos a quedar un par de veces, nos colábamos en cines viejos y nos mirábamos a los ojos en la oscuridad de la proyección, te acuerdas?
Y una vez te empeñaste en explicarle a un camarero, haciéndote el indignado, que el postre no era el que habíamos pedido, y tras una pequeña discusión, nos miró como si estuviéramos chiflados y se fue a buscar al encargado. Entonces me cogiste de la mano y aprovechamos para desaparecer de ese restaurante caro sin pagar, y fuera me compraste piruletas de colores y una bolsa de esas palomitas que tienen azúcar por encima...
Te acuerdas? Yo creo que éramos más ingenuos y despreocupados, pero también más felices... Ah, bueno, y lo mejor de todo era que a veces me...
- Disculpe señorita, pero creo que se ha equivocado de persona.
- ...
sábado, 3 de junio de 2006
Principio de incertidumbre
Claro, siempre camino a pasos apresurados, siempre mirando al frente y despistado, pero es que jamás hubiera imaginado que mientras le sonreía, ella acariciaba a otro.
Le pienso tanto que se me gasta su imagen, se me borra su recuerdo.
Siempre se me escapan los detalles más elementales, y ahora siguen sin cuadrarme su actitud altiva, sus repetidos rechazos, sus caprichos sofisticados.
Qué iba a saber yo, si nunca me doy cuenta de nada y se me olvida lo esencial.
Cómo podría haber adivinado, con tanta alcoba oscura de por medio, que a mí me confundió con otro.
Con otro mejor, sin duda, con otro más alto y más guapo, más fuerte y hábil.
No había más que verle la carita de decepción, cuando llegó la luz y se filtró entre sus dientes una mueca que me quedó atravesada en el orgullo.
Y yo, claro, me esforcé por limpiarle la carita triste, por lamerle las llagas abiertas de la decepción. Sin nigún éxito, por cierto.
En mis brazos, que eran de otro, resultó ser una amante cálida y ejemplar.
Le dedicó los abrazos más certeros, los gestos más profanos, todas las palabras sagradas y todos los enigmas de su espalda.
Con él era capaz de tantos roces sabios, tanto amor contenido y tanta inventiva desbordada que no pude sino abandonarme sin rumbo en el cielo de su boca.
Supe entonces que estaba disfrutando de un regalo robado, y se me llenó la lengua del sabor amargo de la traición, del áspero placer ajeno, de la vergüenza del intruso al que pillan revelando un secreto.
Sufrir un desamor es como morir de frío.