La miro de lejos, como una batalla perdida de antemano, y me sigue pareciendo igual de insultantemente hermosa y frágil. Ajena a mis balbuceos mentales, ella balancea la cabeza mientras baila, distraída. Yo me limito a masticar mi amor y mi rabia.
- Es guapa, ¿verdad?
Es más, pero no se lo digo. Es el colmo de la belleza indecente. La observo de nuevo, y todo parece tan obsceno a su alrededor. Se ríe, yo me derrito ahí clavada como una imbécil. En su sonrisa creo ver algo caprichoso y travieso. Se me ocurre que el resto del mundo es irrelevante cuando una mujer así deja que la mires.
- Sí. Mucho.
Me fui a casa en seguida, tarareando bajito a Brel.
Él volvió el sábado a las once, inquieto y ojeroso. Tenía la mirada esquiva y los dedos cansados. Aún llevaba, enganchados en el pelo, trocitos de una sonrisa caprichosa y traviesa.
viernes, 9 de noviembre de 2007
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