
Soy una persona compulsiva y con tendencia a caer en vicios legales. Soy una lectora voraz y empedernida, cabezota y neurótica. Tengo una fijación obsesiva, una adicción no diagnosticada, pero lo cierto es que recuerdo muy poco de muchos libros.Recuerdo tener catorce años y debatirme existencialmente entre amar a Fabrizio del Dongo o a Julien Sorel. Recuerdo al Principito y a su rosa, al zorro, al tipo que contaba las estrellas y al borracho que bebía para olvidar que bebía y etc ad infinitum... Recuerdo a Ignatius Reilly y su válvula pilórica, recuerdo leer a Burroughs tumbada en el balcón y aferrarme a sus alucinaciones como un náufrago a su trozo de madera. El lobo estepario es un vacío, un blanco atroz. Rayuela no es nada, todavía, porque nunca conseguí acabarlo, ni del derecho ni del revés. Recuerdo leer a escondidas los libros de tapa rosa* de la estantería más alta, cuando Papá no estaba en casa. Historia de O son sólo azotes y latigazos en los muslos desnudos, resonando en las paredes de mi cráneo. Casi todo Borges y Kafka son laberintos.Ciudad de cristal es un hombre que recorre las calles de Nueva York formando dibujos y recogiendo cosas del suelo, y otro hombre que sobrevive sin apenas dormir durante meses, vigilando no recuerdo qué. Del Ulises recuerdo a Leopold Bloom sentado en la taza del wáter, reflexionando. De 2666 recuerdo imaginar a Archimboldi como alguien desmesuradmente grande, casi un gigante, y parecido a mi abuelo paterno (al que, dicho sea de paso, jamás conocí).
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Otros libros conseguirán evocarme siempre el contexto en que los leí, mi ficción vivida y mi realidad leída se unen de manera indisociable. Camus será por siempre la libertad de los recreos (aunque se extendiese la peste en Orán) y Racine las lecturas impuestas del colegio. Miller son noches a solas intentando acallar toda la furia contenida entre mis dedos. Mallarmé, Kerouac y Carpentier** son cafés con leche a media tarde, sentada en las escaleras de la facultad. Leía a Mishima en lluviosas tardes de otoño, y a Lem durante las largas siestas de verano. Crimen y castigo será el libro que dejé olvidado en un asiento del metro y volví a encontrar tres meses después en un banco del parque. Leyendo a Baricco recordaré siempre una terraza llena de luz.
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A veces me imagino que alguien puede leer en mí como en un libro abierto, descifrándome toda. Pero luego pienso que soy una ingenua, y que los lectores*** somos esclavos: cada palabra una celda.
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* Sí, ésos de la sonrisa...
**A mí es que me gusta mezclar autores siguiendo unos criterios de selección algo peculiares...
*** Entiéndanme, me refiero a los que leen de verdad, a los que se sumergen en un texto y acaban empapados y sin aliento. Nada que ver con la gente que lleva un best-seller bajo el brazo.
La foto, de nuevo, se la he pedido prestada a Bruno. ¿Quieres ver más?
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